Una ciudad se define, entre muchas otras cosas, por el tipo de actividades que le dan ganas a uno de hacer en ella. Mérida es una ciudad en la que dan ganas de descansar, de comer bien, de tomar una cerveza y de andar en bici, no sé si en ese orden, pero estoy seguro que si hiciéramos una encuesta entre locales y foráneos esas cuatro actividades aparecerían entre las diez más apetecibles para hacer en la ciudad. Sé que mi opinión es sesgada sobre el tema, pero no tengo duda que andar en bicicleta es una de las vocaciones más importantes que tiene la ciudad. Basta con salir unos minutos a la calle para ver a la gente pedaleando tranquilamente, personas de todas las edades entregadas a un impulso, a una especie de vocación que esta ciudad alimenta con generosidad.
Las personas se mueven en bicicleta con una gran naturalidad, van al trabajo, a la escuela, a la cita romántica, al médico, a comer una torta de asado, a las tortillas, a la tienda de la esquina, a la cantina, siempre con ese fervor de quien vive en movimiento, un movimiento humano, natural, de amor, ese movimiento que nos alienta a continuar siendo fieles a la bicicleta pues nos devuelve parte de nuestra esencia.
Me han acusado de romantizar la movilidad en bicicleta pretendiendo esconder la precariedad de las condiciones de la mayoría de las personas que usan la bici en la ciudad, no digo que algunos no preferirían andar de vez en cuando en auto con clima que en bici, pero la verdad sé que la mayoría seguiría pedaleando si mejoraran sus condiciones de vida y obviamente si mejoraran las condiciones de seguridad vial en la ciudad. A quienes me acusan de romantizar la movilidad en bici yo más bien les pregunto si no tendrán muy internalizado algún prejuicio clasista hacia quienes usan este vehículo.
Pienso que de alguna manera es el movimiento de miles de personas pedaleando por las calles lo que da energía a esta ciudad, si uno transita por el centro histórico o por las colonias de la periferia puede atestiguar una suerte de interconexión sincrónica bicicletera. No es difícil comprender, sobre todo al pedalear por los caminos de acceso a la ciudad, que es por los ciclistas urbanos que Mérida se sostiene, que es gracias a que ellos siguen pedaleando que la ciudad funciona, que la línea de cada vuelta de la rueda de sus bicicletas es la senda por donde avanza la ciudad y encuentra su equilibrio.
En cada ciudad se anda en bicicleta distinto, se miente y se calla y se vive distinto; cambian las cosas que se eligen omitir. En Mérida nadie se llama así mismo bicicletero, amante de la bicicleta o siquiera ciclista, se consideran a sí mismas personas, adjetivarse a partir de su gusto por la bici sería tanto como aceptar que la bici no es parte de su ser, su pasión no tiene nombre lo que no les impide gozarla interminablemente, el frenesí de la ciudad se alza contra el silencio de los que pedalean, un andar armónico y en equilibrio en dos ruedas versus una explosión fatua y ruidosa en cuatro ruedas.
Una disciplina monástica en medio de una aceleración y una descortesía descomunales.
Artículo publicado en el Diario Peninsular Punto Medio el lunes 2 de octubre de 2023. La vocación ciclista de Mérida